¿Por qué el bebé no se ahoga en el líquido amniótico?
El líquido amniótico protege al bebé durante su vida intrauterina. Le permite moverse, desarrollar sus músculos y pulmones, y además se encarga de mantener una temperatura constante. Si no fuera por él, el feto estaría indefenso ante cualquier mínimo tropezón. El líquido amniótico forma ese recinto acogedor para el bebé dentro del vientre de la madre.
Se forma durante la quinta semana de embarazo aproximadamente, y aumenta de volumen hacia el final del tercer mes, con la formación del saco amniótico. Hacia la semana 12 de embarazo, el líquido amniótico ya supera los 50 mililitros, en la 20 puede alcanzar los 400 mililitros y en la 38 los 1000 mililitros. En el caso de que el embarazo se prolongue más de lo previsto, el volumen irá disminuyendo poco a poco.
Los pulmones del feto no respiran, ya que se encuentran en pleno desarrollo, por eso la respiración no se ve impedida cuando se está rodeado de tanto líquido. Y es que el feto toma el oxígeno y los nutrientes que necesita a través de la sangre materna que llega hasta la placenta.
Eso sí, el feto sí que absorbe y expulsa líquido amniótico por la tráquea y los bronquios, y lo hace con movimientos muy similares a los respiratorios. Todo esto ayuda a que los pulmones se desarrollen bien y puedan realizar la función respiratoria sin problemas una vez que el bebé nazca.
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