Educación de las emociones: permitido sentir
Algunos temas relacionados con la educación de nuestros hijos como el fantasma del fracaso escolar o el eterno reto de los idiomas, pueden hacernos olvidar otras dimensiones de la personalidad de nuestros hijos, más abstractas e intangibles, pero que también son importantes para su desarrollo y que por tanto requieren de una educación y un acompañamiento, como por ejemplo la educación emocional.
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Educación emocional y el respeto a las emociones de los hijos
Los padres necesitamos ser conscientes de nuestros propios sentimientos para poder serlo también de las emociones de nuestros hijos. El respeto a las emociones de los niños significa permitirles sentir y mostrarse en desacuerdo con los adultos. Es importante el considerarles como personas y no como objetos, dándoles la posibilidad de responder de manera diferente, siendo conscientes de sus recursos y de sus carencias.
Los niños aprenden a expresarse observando principalmente a sus padres, pero en su caso las emociones siguen un curso y un ritmo distinto al nuestro. Las suyas son intensas, frecuentes y sus cambios rápidos. Ellos viven en el presente. Difícilmente tienen percepción de lo que significa el futuro. Esta es una de las razones por las cuáles cuando sienten tristeza o miedo lo hacen de una forma muy intensa. Algo que debemos tener en cuenta es que para expresar y superar determinados sentimientos, necesitarán un proceso diferente al nuestro.
Es recomendable que siempre se sientan acogidos y escuchados. Y que actuemos mostrando que todos los sentimientos son lícitos, la alegría y la tristeza, el amor, el miedo, y también la rabia.
Los niños aprenden a expresarse observando principalmente a sus padres, pero en su caso las emociones siguen un curso y un ritmo distinto al nuestro.
El papel de los padres en la educación de las emociones del niño
Es importante escucharlos y darles una explicación en un lenguaje que ellos entiendan de aquello que experimentan. Esto resulta fácil con aquello que es más positivo como la alegría, pero no tanto cuando nos enfrentamos a la rabia o la tristeza prolongada. En estos casos es bueno ofrecer cariño, compañía y comprensión, pero también establecer unos límites claros. Por ejemplo: «Es normal que sientas rabia porque has perdido la partida, pero tu rabia no puede traducirse en una patada a tu hermano o a una puerta». Conseguiremos reconducir la situación con un rato de cosquillas cuando son pequeños o ejercicio físico cuando son más mayores. No siempre tenemos un parque a mano, pero podemos improvisar una guerra de almohadas o cualquier otro juego.
En este sentido, la mejor escuela es que vean que nosotros nos expresamos con naturalidad y espontaneidad. No tenemos por qué ocultar que estamos tristes, preocupados o enfadados por algo. Podemos compartirlo con ellos mostrando serenidad y autocontrol. De este modo les ofrecemos un buen modelo, además de la posibilidad de que sean ellos los que en ocasiones puedan hacernos sentir alegres a nosotros.
La diferencia entre sobrevivir y vivir, en ocasiones, radica en saber gestionar bien nuestras emociones, en sentir y expresarlas adecuadamente, para que nada que nos haga sufrir se quede en nuestro interior.